El orgullo de propietarios puede hacernos sentir bien cuando nos damos cuenta que poseemos alguna área de responsabilidad; por ejemplo cuando nos sentimos responsables de tener en orden nuestro hogar.

En cualquier hogar de dos o más personas suele haber conflictos tratándose de responsabilidad. Diariamente hay que hacer un sinnúmero de actividades de diferentes ámbitos; pero con frecuencia nos imaginamos que "eso no nos corresponde hacer".

Ziglar en su  tratado "Cualidades de los que tienen éxito" nos presenta el siguiente ejemplo de evasión de responsabilidad: "Había que hacer una tarea importante y todos estaban seguros de alguien lo haría. Cualquiera lo hubiera podio hacer; pero nadie lo hizo. Alguien se enfadó porque era tarea de todo el mundo. Todo el mundo pensó que cualquiera podía hacerla y que alguien la haría. Pero nadie se dio cuenta de que todo el mundo creyó que alguien lo haría. Al fin de cuentas todo el mundo culpó a alguien porque nadie hizo lo que cualquiera hubiera podido hacer"...

En las actividades cotidianas, aparentemente sin valor, es donde tienen los padres la oportunidad de sembrar la semilla de la responsabilidad, es conveniente, por ejemplo, habituar al niño escolar a reconocer que tiene la obligación de cuidar su pequeño mundo; que debe recoger los papeles que generan basura, indicándole que recoger no es obligación específica de ninguno en particular; pero sí es la responsabilidad de todos.

El niño debe saber que la primera persona que vea papeles en el piso es la que debe recogerlos. Todos se benefician si se consigue dar este primer paso, en la casa, en la escuela, en la calle. Lo que aprendemos en el hogar lo llevamos a nuestro campo de actividades. No se debe esperar que la escuela dé a los hijos lo que debe dar los padres.

Todo paso que se dé en este campo influye en el buen nombre del hogar o de la familia. El buen nombre, su consecución y mantenimiento, es algo muy importante que se debe comunicar a los hijos. Nuestro nombre es sinónimo de quienes somos, qué hacemos y qué representamos y el apellido da la calidad de lo somos.

Entre otras cosas los hijos deben saber que su palabra es sagrada y que su firma en una hoja de papel no tiene precio. En la escuela cuando el niño firma al final de su examen, está reconociendo que es su trabajo y que representa realmente su propio esfuerzo.

Enseñando a los hijos el valor de un buen nombre se está enseñando a poner las bases sólidas que cimentarán una vida positiva en el camino del éxito.

La herencia de un buen nombre es más importante que la herencia de grandes fortunas que, en muchos casos, se esfuman dejando lacras profundas en las víctimas, aparentes y fugaces beneficiarias. Así como hay preocupación por el mundo que heredamos a los hijos, debe haber interés por los hijos que heredamos al mundo.